lunes, 24 de septiembre de 2018

Dejá vu


Tengo un Dejá vu en este tiempo convulso, aun, en Cataluña. Como una mosca que pretende atravesar la ventana cerrada, que no comprende que aunque no lo ve, no puede llegar a su destino.

Me siento como la botella que porta un mensaje en la inmensidad del mar, ignorado, invisible y con más probabilidades de chocar contra una roca o engullido por un escualo antes de caer en manos de alguien que ni siquiera pueda entender que pone en la nota.

La Generalitat sigue en su cruzada personal, ignorando las necesidades de su pueblo, tanto a las que dicen representar, pero sin dar una explicación clara de a que y como conduce eso, como el Brexit, que si no mintieron no dijeron la verdad y busque usted las 7 diferencias.

En cuanto a los que no somos representados, porque pensar de otra manera, o simplemente pensar, ya te suma al saco de los ignorados, debemos hacer frente a la masa agitada, que aunque individualmente pueda tener un razonamiento coherente, se diluye y la masa se comporta como una gran ola que causará daño vaya en la dirección que vaya.

La representación del estado también nos abandona, ya sea por las presiones externas o por los pactos internos. La cuestión es que el estatus quo de quien está en el medio es recibir bofetadas de ambos lados.

Es tan perverso como decir ¿a quien quieres más a tu mamá o a tu papá? Soy Catalá, soy Español, soy Europeo y puedo agrandar el circulo, pero en este momento no me siento orgulloso ni de pertenecer a la raza humana.

Si he de sentir algo, es la indefectible levedad del ser, a merced de las aguas que me lleven porque no tengo brazos para remar ni motor que me impulse. Las manifestaciones en uno u otro sentido solo demuestran la manipulación mediática en que se convertirá según el cristal con que se mire.
No faltarán los que crean que hay que luchar por lo que se cree. Si a estas alturas, luchar sigue siendo la solución, nada habrá cambiado desde la edad de piedra, excepto la rapidez y simplicidad de matar a muchos con el menor esfuerzo.

La posibilidad de un mundo mejor está ahí, a nuestro alcance. Solo necesitamos una cultura base común, sin manipular. Una enseñanza global. Una actitud que favorezca las mejores cualidades y ayude a abandonar las temibles. Una sociedad basada en un gobierno justo, monitorizado por un pueblo juicioso, educado.

Todo lo demás saldría de ahí. Mientras tanto sigo solo en medio de este mar embravecido, pensando en si la creencia de un mundo mejor es signo de una gran esperanza o de una grave enfermedad.

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