domingo, 30 de agosto de 2020

Política pandémica

Me pregunto si el sentido común no lo es tanto o he alcanzado esa edad en la que se supone que se gruñe por todo.


Desde el inicio de la pandemia, solo escucho excusas sobre que nadie podía estar preparado para algo así, teniendo en cuenta lo sucedido a principios del siglo pasado, donde 50 millones de personas murieron en otra pandemia.


Cómo muchos, pongo mi mirada sobre las autoridades para saber el comunicado oficial y las normas a seguir. A partir de entonces, todo es un espectáculo de contradicciones que ponen en entredicho la cordura de lo observado o la del propio observador.


Aunque es un tema global, no puedo dejar de ver un patrón local donde se imponen las normas pero no los medios para hacerlas cumplir. Que si, que la mayoría (quizás) son personas conscientes y cumplidoras pero eso solo indica que nos somete una minoría  que causa continuos rebrotes de la pandemia, un profundo problema económico y social por no nombrar  muertes.


Entre la cuestionable moral política que juega entre lo que debe hacer y  lo que merma sus posibilidades de reelección, siguen sin definir el problema de la confusión entre la libertad y el libertinaje y que los límites de la propia libertad, no solo colinda con la de los demás, sino que no puede ser contraria a la de la mayoría.


¿Para qué hacer leyes que no se van ha hacer cumplir? ¿ Que sentido tiene que los dirigentes " recomienden" si ya tienen dificultades para hacer cumplir las obligaciones?


En aras de la libertad, se permiten manifestaciones negacionistas que vulneran tácitamente las normas sanitarias, gubernamentales y sociales.

Las medidas se toman en una controvertida forma entre la salud y la economía, en base a una obediencia ideal o por un porcentaje de desobediencia " asumible" pero sin poner los medios de control de esa porción.


La base de la sociedad es la familia. Entre ellas,  esas que pueden verse  en lugares públicos,  sin usar mascarilla o usándola incorrectamente, ajenas a las recomendaciones, que intentan evadirse de sus problemas y obligaciones, entre ellas las parentales hacia sus hijos, quizás en esa laguna ambigua entre  la obligación de formar,  que ahogan entre la incapacidad y la desidia.


Esos hijos no solo harán todo aquello que se les ocurra, sino que usarán la libertad malentendida como arma ante cualquier llamada al orden e incluso la agresión verbal o física ante la total desprotección de esa supuesta mayoría, silenciosa, invisible, preocupada que ve cómo  todo se vuelve absurdo e incomprensible.


No está en peligro mi libertad ante un confinamiento sanitario ni por los recortes de movilidad en pos de la salud de mis vecinos y la propia, pero si me afecta la impotencia de vernos sometidos por quienes incumplen leyes y normas por una negligente inactividad de quienes están obligados a salvaguardar la salud y bienestar de los ciudadanos.


Pudiera ser que sea parte de una minoría que, incomprensiblemente quiere seguir las normas en contra del deseo de la mayoría. En ese caso, debería pedir disculpas.


Pero si no es así, me gustaría ver policía en las calles y carreteras que nos salvaguarden, que nos ayuden y guíen porque no es un recorte a la libertad sino la ayuda para mantenerla.