Nacidos tras tiempos convulsos, bajo la firme mano, ya algo
cansada de un general teñido con la sangre de todo aquel que discrepó,
después del hambre y de la mayor parte de la represión, el país sale de un
tiempo de penurias donde la normalidad es el la iglesia, el trabajo y la
familia. Excepto de política y religión, podría hablarse de cualquier cosa.
Por aquellos años se hablaba de tener una radio o una televisión,
algunos soñaban con un seiscientos. Se hablaba de futbol en los bares de barrio
entre el denso humo del tabaco y el estruendo de los juegos de mesa ¡Doble pito
y cierro!
Bajo la aparente tranquilidad, los más pequeños vivíamos
otra realidad muy diferente.
La iglesia y la pedagogía se asociaron para adoctrinar a
toda aquella prole del boom de los 60. Matizaron los libros convirtiendo la
historia de España en un cuento de princesas a las que rescatar y dragones a
los que vencer. Nos adoctrinaron con unos valores firmes, inamovibles, era una
vergüenza no tener una vida de santo mártir, basada en el sacrificio y valorar todo a través de la constancia y el
sufrimiento.
Muchos de aquella generación alcanzaron grandes metas en sus
vidas, los que más, volaron a otros países donde su saber y su ingenio serían
valorados, otros manteniendo una vida honorable conseguidos con su tesón y
mucho trabajo, normalmente en espera de una recompensa que a muchos, no
llegaría nunca.
Un día la mente termina cansándose de mentirse o no
encuentra más excusas y se cruza con la realidad. No, no esa que creías sino la
que hay.
Ahora entiendes por
qué la segunda guerra mundial no fue la última, porque ninguna guerra tenía
explicación.
Ahora entiendes que ir al cielo es una lotería de acertar que
sea tu Dios el verdadero y que no hay Dios que explique la sangre derramada en
sus nombres.
Y entiendes que “todos somos iguales” y “ante la ley” son
dos mentiras de las más rastreras y que te la han metido doblada con todo lo
listo que eres.
Te pasaste el tiempo cediendo el asiento pero no esperes que
eso te pase a ti.
Algunos aprender de las bofetadas que da la vida y les fue
diluyendo su entereza, sus esperanzas y siguieron el rio de la vida amarrados a
un madero o ejerciendo de pirata y robando un barco.
Para los más tenaces que con gran esfuerzo y sacrificio se mantuvieron
durante el suficiente tiempo antes de hundirse en el mismo rio que nos lleva a
todos, la vida les reservaba un regalo insólito. Un mensaje para abrir solo en
caso de naufragio y la buena gente es lo que tiene… que obedece.
Justo ahí, mientras tu Titanic particular se parte en
pedazos y se hunde, lees la nota:
“Si quieres seguir…
¡nada!”
Los hay que reposan en el fondo, aferrados a la nota intentando
comprender la broma macabra, sin tiempo de apercibirse de los hilos de
marioneta atados a sus extremidades.
Otros saldarían el asunto con una compensación, lanzando al
mar a otro u otros para salvarse.
Algunos, a quienes dedico este escrito, empezaron a nadar,
sin saber a dónde, arrastrando las cadenas de sus valores que lejos de darles
la libertad, les encadenan en un mundo donde todo aquello en que creías, ya no
es moneda de cambio.
Mientras tanto, no hay otra cosa que el mar embravecido y
frio, sin dirección que seguir, sin preguntas ni respuestas, pero tú nadas y
nadas.
Tibio consuelo es encontrar en el mar otros como tú, que sin
mirar atrás, arrastrando similares cadenas, sin tiempo ni para ver a quienes
van quedando en el camino, entre ellos se reconocen y nadan y nadan.